Hoy quiero besar las manos de mi primera maestra: mi madre. Amante del ser humano y del amor incondicional. Fue mi madre la que me inició en la búsqueda de la paz interior, la que hizo de mi una investigadora incansable de ese oculto jardín del que ella hablaba. Quería ser jardinera en él, pero ¿cómo encontrarlo?
Durante años, una parte de mi alma vivió en un letargo viscoso del que no sabía salir, rastreando en libros, en cursos, en talleres, el significado de “aquella sensación” de vacío que vivía y crecía en algún lugar recóndito de mi. Ansiosa por encontrar “eso” que no sabía lo que era, algo sin nombre, algo que giraba más allá del tener para llegar al ser.
Con unas creencias ajenas que hice propias, amasé un cemento que se consolidó en mi mente. Entonces usé el poder del pensamiento en mi contra. Mi cuerpo pidió auxilio pero no supe escucharle.
Fueron tres las flechas que quedaron clavadas en mi ser.
Cabalgué en una adolescencia tortuosa que me obsequió con una anorexia nerviosa, sintiendo un profundo rechazo de mí misma, anhelando esa perfección beligerante propuesta por los medios de comunicación y mantenida en la sociedad, que recogí e hice mía. Pude salir de ese fango pero sus huellas se fosilizaron en mi piel.
Después un hipotiroidismo se instaló en mi garganta, estaba ahogando cualquier tipo de expresión y creatividad sin darme cuenta de ello.
Poco más tarde una baja densidad ósea bañó mis huesos, me desvalorizaba queriendo sin querer, desmoronar mi esencia.
En las tres ocasiones me rebelé, lloré y maldije en silencio. Estaba acostumbrada a embadurnarme de sumisión y asumí pero no acepté. Sólo fue tiempo después que comprendí los secretos que venían a contarme aquellas tres flechas de un arco oculto, cuando al fin decidí bucear en mi interior.
“Érase una vez una aprendiz de maestra de escuela que aquel día se levantó con pausados movimientos y repentinamente un pensamiento fresco y alegre acudió a su encuentro: ¡Necesito cambiar! ¡Quiero cambiar! Los nudos que la aferraban a la zona de confort eran tan sólidos, tan apretados, que el mero hecho de pensar en deshacerlos la inquietaba enormemente. Incluso a sabiendas de que podría ser el primer paso de la búsqueda del tesoro. Una pereza invasiva trotaba en el vórtice de esa idea que cada noche latía insistentemente pero que muy hábilmente ella esquivaba. ¡Quiero cambiar! ¡Quiero cambiar! Sí, pero ¿Qué? ¡Mucho esfuerzo para nada!¡No tengo tiempo!
Las justificaciones brotaban tácitamente. Se desplegaba ante ella un mapa ilegible con laberintos insospechados, que no sabía ni tan sólo localizar en algún lugar del universo. Con una familia que adoraba, una casa encantadora, buenos amigos y un trabajo que disfrutaba. Aquel día su hija exclamó una frase que dejó caer el extremo del hilo dorado para guiarla en el camino: “mami hay una parte de ti que siempre está triste”. Aquello comenzó a despertar su alma del letargo. Paulatinamente, la idea del cambio fue creando una estalactita en su mente, entonces decidió aceptarla y acogerla. Buscó el cambio en cursos, en talleres, en conferencias, en libros,… Todo aportaba, todo enriquecía, pero todo era externo a ella ¿Dónde estaba lo que faltaba? ¿La semilla que no germinaba? Aún no la había encontrado.
La práctica y la constancia con las herramientas que llevaban tiempo acompañándola: la meditación, la respiración consciente y la visualización, la regalaban cada vez más intensamente serenidad y equilibrio que aumentaban su motivación. Una vez dado este paso, las piezas del puzzle que quería construir fueron llegando.
Se sentaba cada día durante unos minutos con férrea disciplina en su silencio interior, escuchando con atención, respirando con atención y esperando con atención sus propios mensajes acerca de sí misma y de lo que deseaba que fuera diferente. Sin percibirlo, los minutos se fueron alargando, le aportaba tanto estar allí, disfrutando en su jardín interior que el tiempo se paraba y el sosiego se instalaba.
Entonces llegó el cambio.Y llegó, llegó a nivel laboral su pesar por no sentirse realizada en su aula porque la presión de un currículum lleno de conocimientos y que dejaba de lado la formación integral del ser, la estaba atando y ella se dejaba llevar por la corriente y así sobrevivía. ¿Era esta la educación que quería? Comenzó a tomarse las tediosas obligaciones con otra perspectiva, intentó pasar todo aquello que “había que hacer” por su filtro personal, simplificando y transformando, a la vez que revolucionó su metodología “dejando sitio” para aprender a ser. Entonces el sol volvió a brillar en su aula con más fuerza que nunca.
Y llegó también a nivel personal por tres caminos.
El primero de ellos fue un cambio en su alma. Se adentró casi desnuda de conocimientos en los bosques de las herramientas milenarias de las que se había dado varias pinceladas: la meditación, la respiración consciente y la visualización, acudiendo al cofre mágico de la constancia, la práctica y la imaginación creativa para nutrirse. Las interiorizó y las pasó por su filtro personal para hacerlas suyas. Entonces un universo nuevo empezó a desplegar sus alas, y lo que parecían técnicas inalcanzables se convirtieron en las primeras y necesarias acciones del día. Se despojó de la armadura que había sostenido durante años sin atreverse a encontrarse con quién sentía que verdaderamente era y caminó en su propio paisaje llenándose siempre que era posible de la fuerza de la Naturaleza.
El segundo de ellos fue un cambio en su alimentación ¿Cómo conseguir más energía? Con gran sutileza fue aprendiendo pautas de una alimentación consciente, que en principio asumió de forma muy estricta hasta que las comprendió, las interiorizó y las pasó por su filtro personal para hacerlas suyas.
El tercero fue un cambio en su mente. Este fue el más tedioso y largo. Nuestras creencias están ancladas en un océano infinito, protegidas por bancos de algas y oxidadas por el tiempo y la humedad. Había que rescatarlas, limpiarlas, desechar lo que no era propio y descubrir cuáles eran las que verdaderamente encajaban con su ser. De nuevo utilizó las herramientas aprendidas, las interiorizó y las pasó por su filtro personal para hacerlas suyas. Gracias a ellas comenzó a aprender a distinguir entre el miedo real y el que nos creamos, a decidir y a confiar en sí misma, a desaprender esos mensajes ansiosos, negativos que latían incansables en su mente en tantos momentos.
Intentó actuar más y reaccionar menos. Conocer qué emociones estaban relacionadas con sus creencias y comportamientos la abrió el telón de la comprensión y la compasión consigo misma. Al fin había vuelto a su ser, ahora comenzaba a saber quién era.
”Hoy doy gracias a la vida por enseñarme a bucear en mi interior y ayudar a mi mariposa a salir de su crisálida.
Doy las gracias a mi marido y a mi hija, maestros que me han brindado su apoyo incondicional dando alas a mi libertad. Doy las gracias infinitas a la mano generosa de mi terapeuta que me acompañó por el resquicio adormecido para despertar mi esencia. Gracias por mostrarme con entrega cómo buscar en el mapa personal.
Cada día sigo aprendiendo y cuando tropiezo y caigo, acudo a mi jardín interior con mis herramientas favoritas para volver a fundirme en un abrazo con la calma y el equilibrio.
Charo Sánchez Domínguez.