Siempre he sentido que todas las personas tenemos algo que nos hace profundamente únicos. Ser único poco tiene que ver con el valor de tener o el engrandecimiento del ego. Ser único no viene de la mano del hacer: trabajo, creaciones, éxitos…tampoco viene de la mano del mostrar, ni tan siquiera nuestra identidad viene de la mano del ser.
Ser ÚNICO, tiene que ver con nuestras células, nuestro cuerpo (quizás no sea casualidad que las huellas dactilares solo pertenezcan a cada persona de manera intransferible…).
Ser único tiene que ver con nuestra mirada, nuestra energía y nuestra forma de estar en el mundo. Todos tenemos una seña de identidad, y siempre he creído que esa “seña” está llena de LUZ.
Pero hoy mi reflexión tiene que ver con algo que me he preguntado en algunas ocasiones, y que me han preguntado (a su manera) muchos pacientes en la consulta:
¿Y si todos tenemos luz porque no siempre sentimos que brillamos?
De manera humilde, me aventuro a responder: Pienso que, a veces, es necesario apagarse para poder entender los contrastes. Porque puede que, en algunos momentos, no nos sentimos merecedores de poder brillar.
Y porque creemos que la luz tiene que verse por otros para poder ser tenida en cuenta.
Hay que mirar muy hacia dentro, pero también hacia fuera para conectar con nosotros. Hay que crear y construir las cerillas, las velas y los farolillos que dan vida a nuestro corazón. Y hablo de crear, porque la creatividad mueve gran parte de la luz interior. Cuando creamos e imaginamos, estamos conectando con la libertad de ser nosotros mismos. Estamos curando los límites de la rigidez y estamos dejándonos llevar por nuestros sueños más profundos.
Si os dais cuenta, la pregunta no es ¿Por qué no brillo? Sino ¿Por qué NO SIENTO que brillo?
Y la cuestión siempre está en el mismo lugar, la luz es algo que nos acompaña desde que nacemos. Y pese a que hay momentos donde no la encontramos, eso no quiere decir que haya desaparecido. Puede haberse transformado, puede estar “dormida”, en modo “ahorro de batería” o simplemente ha quedado oculta por otras cosas que hemos colocado delante de ella.
Cuando comenzamos a transitar por nuestro mundo interior, pasamos por muchas fases: el letargo, el enfado, la tristeza, la rabia, la motivación, el impulso sanador y el comienzo de ver el resplandor de nuevo (entre otras). Entonces comienza nuestra fase creadora, es el momento donde comenzamos a ver con claridad algunas cosas, donde comenzamos a dar formar, a proyectar y a conectar con nuestro crecimiento.
Quien me conoce bien, sabe que siempre invito a escribir todos estos procesos, creo que el papel y el lápiz son buenos aliados. Es bonito ver que, con cada paso, cada emoción vivenciada, el lápiz puede fluir con mayor alegría. El proceso creativo se apodera del alma. Como siempre os cuento, proceso creativo no significa crear arte o hacer algo que tenga que ser admirado por otros, el proceso creativo siempre viene de la mano de la inspiración profunda y de un corazón sin miedo. De modo que la mirada es de sostén y admiración, dejando de lado la forma o el cómo, para solo dejarse llevar por la necesidad presente.
Sé que muchas veces no podemos escribir, no sale nada, da miedo, hay bloqueos. No hay que forzar, no hay que obligar, si estamos en conexión llegará. Y si no, simplemente asomaros a la ventana que os acerque a esa luz, aunque sea tenue, forma parte de vosotros.
Quizás haya una última duda… ¿Cuál es esa señal que indica que BRILLAMOS?
Por una vez, creo que es fácil responder a esto…. Porque el brillo viene de la mano de la sonrisa, de los ojos abiertos, del poder estar con los demás, del desapego, de la dependencia bien entendida, de no luchar contra el mundo emocional…en resumen del dejarse FLUIR.
En ese mismo instante, sentiréis que no hay miedo, porque el camino está totalmente lleno de LUZ.
Raquel Cuenca Nieto