Muchas familias acuden a los diferentes profesionales con los que pueda tener relación sus hijos (maestros/as, entrenadores/as, psicólogos/as,…) tratando de encontrar la poción mágica que haga que sus niños entren en razón, maduren, resuelvan y por fin, facilite la convivencia en casa.
“Es insoportable, está en una edad muy difícil, nos hemos separado y esto le está afectando, tiene celos de su hermana, …” Buscamos argumentos que lo justifiquen y además solemos ser muy poco originales porque siempre son los mismos.
Los conflictos en la convivencia con los hijos/as es el motivo fundamental por el que las madres y los padres recurren a mi intervención ya sea como maestra, como coach o mediadora. Escucho atentamente a todas las partes y cuando llega el momento les suelto a papá y/o mamá: “Bien, el chico es perfecto”. ¡Suele ser éste un momento crucial y que determina la continuidad de la intervención!. Hay que ser muy valiente para hacer la reflexión profunda de: “Si él/ella es perfecto, entonces… ¿Quién es el/la imperfecto/a?”
Nacemos con la necesidad infinita de ser amados y de poder amar.
En el cuidado diario al bebé se va produciendo un código relacional que poco a poco se va construyendo en la infancia, que se consolida en la adolescencia y que se va grabando a fuego en nuestro cerebro. Nos vamos acostumbrando a hablarnos de tal forma, a no hablarnos, a responder así o a no hacerlo, a utilizar ciertas palabras y obviar otras muchas, a recurrir a los mismos pensamientos que se van convirtiendo en creencias sagradas, a utilizar unos recursos una y otra vez aunque no sean eficaces… Y en este baile señoras y señores el que lleva la batuta es el adulto por lo que puede ser que aquí ya tengamos la respuesta a la pregunta de líneas arriba: “Entonces, quién es el imperfecto”.
En un conflicto, en una situación de convivencia difícil siempre existe corresponsabilidad de todas las partes. Pero debemos saber que cuando el escenario es el de la familia, somos los adultos los máximos responsables. Esto no quiere decir que no se pongan límites y normas, esto forma parte de la tarea de educar y es indispensable.
La familia no debe ser un entorno igualitario sino equitativo, es decir, donde cada uno se comprometa por el bien común pero en función de sus capacidades y posibilidades.
Hacerse cargo de este pensamiento es crucial en la resolución de conflictos y en la mejora de las relaciones con nuestros/as hijos/as. A demás es liberador porque resulta que no depende de nadie, nada más que de ti y eso te da poder, te da capacidad de acción. Deja de mirarle a él/ella y comienza a mirarte tú.
No te culpes porque lo haces y lo has hecho como sabes. Seguramente tiene mucho que ver con cómo lo hicieron contigo.
Los hijos son un regalo que llegan a este mundo para destapar partes de nuestro ego. En muchas ocasiones en las que he acompañado, en la que el origen era la convivencia con los hijos, resultó que los adultos fueron capaces de mejorar sus relaciones de pareja e incluso las laborales.
Cuando somos capaces de observarnos sin maltratarnos y de mirarlos preguntándonos qué necesitas de mi, se produce la magia.
Pilar Pérez Parejo.
Maestra y Coach Educativo especialista en Educación Emocional.
Técnico en Mediación Familiar y Escolar.