Estamos en época de celebraciones y reuniones, de tradiciones, de transmitir y compartir; con amigos, con la familia. Y es que, independientemente de cuán religioso o secularizado sea un hogar, una celebración que cada familia organiza a su manera y a la que atribuye sus propios valores, llegando a convertirse en algo compartido por todos los miembros de la familia.
La familia es el grupo primario al que pertenecemos al nacer. Esta pertenencia nos transmite una idea inicial acerca de quiénes somos, supone la primera transmisión identitaria. A través de la familia, de su identidad, de lo que compartimos, vamos a comenzar a definir nuestra propia identidad. Por lo que la estabilidad y fortaleza de la identidad familiar se torna fundamental en el desarrollo de cada uno de los miembros de la familia.
Una de las tareas fundamentales de las familias en la primera fase de su desarrollo consiste en desarrollar una identidad propia, en crear un sistema compartido de creencias, valores y reglas de conducta, que la definan y distingan del resto. Cada uno de los miembros que van a formar la nueva familia trae unos valores y costumbres característicos de su familia de origen, y es necesario negociar (de manera mas o menos consciente) cuáles de esos aspectos se van a incluir en la nueva familia. Esta negociación puede llevarse a cabo de distintas maneras: puede optarse por incorporar mas aspectos de una de las familias de origen, puede elegirse lo mejor de cada una de ellas, o puede desarrollarse un sistema nuevo que nada tenga que ver con las familias de origen. En cualquier caso, dará como resultado un sistema compartido de valores, creencias y normas que ayudan a desarrollar una identidad familiar.
Una vez creada la identidad de la nueva familia, resulta necesario mantenerla a lo largo del tiempo. Y una de las cosas que permite realizar esta tarea son los rituales familiares, que representan el núcleo central de la cultura de la familia. Los rituales familiares son conductas que cada familia pone en marcha ante determinados acontecimientos como aniversarios, vacaciones u organización de la vida cotidiana. Se trata de costumbres que definen la manera de llevar a cabo momentos importantes para la familia, y son:
– Limitados: tienen un principio y un fin, están sujetos a una fecha determinada.
– Especializados: implican una preparación específica.
– Conscientes: pueden describirse con facilidad.
– Prioritarios: son importantes para la familia, quien se esfuerza por mantenerlos.
– Simbólicos: tienen un significado especial.
– Organizativos: permiten organizar eventos y conductas.
Los rituales familiares cumplen dos funciones importantes: ayudan a conservar ese sistema de creencias, normas y valores compartido por toda la familia, la identidad familiar, y permiten transmitirlo a otros grupos familiares y a las siguientes generaciones.
Existen distintos tipos de rituales familiares:
– Las celebraciones familiares: acontecimientos importantes cuya organización es compartida con la subcultura en que se encuentra la familia, como las bodas, funerales o las fiestas navideñas.
– Las tradiciones familiares: se refieren a acontecimientos más específicos de cada familia, como los cumpleaños, las vacaciones o las visitas de la familia extensa.
– Las rutinas ritualizadas: se trata de conductas de la vida cotidiana que permiten definir las funciones y responsabilidades de cada uno. Incluye, por ejemplo, la organización del tiempo libre, de la hora de cenar o la rutina de irse a la cama.
A través de las celebraciones y tradiciones familiares fortalecemos la identidad familiar y transmitimos a los nuevos miembros de la familia nuestros valores y creencias importantes, las normas y conductas que definen a la familia, y que les permitirán desarrollar su propia identidad.
La navidad se caracteriza, por un lado, por su permanencia a través del tiempo, permanencia que se logra a través de la transmisión de generación en generación de la manera de celebrarla, que generalmente es compartida con la cultura en la que vivimos. Pero la navidad también se caracteriza por su flexibilidad, y es que cada familia la celebra de forma particular, desarrollando rituales específicos que permiten fortalecer la identidad familiar y transmitirla. Si decoramos o no la casa, los elementos que utilizamos para decorarla, la importancia que damos a las diferentes fechas, la manera de celebrar los días festivos, las personas con las que compartimos las celebraciones, la preparación de las comidas, los regalos… estas decisiones respecto a cómo se celebra la navidad, estos rituales familiares, forman parte de la identidad familiar.
La navidad supone, por tanto, una oportunidad de transmitir qué cosas son importantes para la familia. Y es que durante las reuniones navideñas, supongan o no un espacio religioso, se comparten los valores propios de cada familia.
Cuando involucramos a los más pequeños en la preparación de las fiestas, cuando compartimos con ellos los rituales familiares, les ofrecemos la oportunidad de desarrollar un sentimiento de pertenencia al grupo familiar y les transmitimos los valores fundamentales de nuestra familia, que incluirán en mayor o menor medida en el desarrollo de su propia identidad. Y es que la familia supone el núcleo primigenio de las pautas y valores sociales que nos definen, núcleo que se transmite a través de los rituales familiares.