El RAYAJO COMO TALLO O LA BELLEZA DE LAS CICATRICES.
“Érase una vez un Rey que vivía en un reino muy, muy lejano. El Rey poseía el diamante más precioso, valioso y perfecto conocido en todo el mundo. El diamante era el orgullo del rey y de todo el reino. Visitantes de todas partes viajaban para admirar la joya. Un día fatídico, al rey se le cayó el diamante desde una gran altura y éste, al golpear en el suelo, se rayó.
El rey inmediatamente mandó llamar a los mejores joyeros y orfebres de todas partes, para intentar corregir la imperfección del diamante. Sin embargo, todo fue en vano. Cualquier artesano que veía la joya coincidía en que no podían retirar el arañazo sin cortar una buena parte de la superficie, reduciendo así el peso y el valor del diamante. Cuando parecía que la desesperanza inundaba todo el reino, apareció un orfebre que afirmó que él sería capaz de reparar el diamante sin problemas.
El Rey entregó su diamante con algo de desconfianza pero con el anhelo de volver a disfrutar de su joya. Después de algunos días, el orfebre volvió con el diamante y se lo mostró al Rey. Éste quedó gratamente sorprendido al descubrir que el arañazo tan feo que había dañado su joya había sido transformado en el tallo de una hermosa flor. El rayajo ni se borró ni se tapó, sino que, gracias a él, se talló una hermosa rosa.”
Este maravilloso cuento nos permite reflexionar sobre la fortaleza de la resiliencia. Este concepto viene de la física y se define como la capacidad de un material para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que ha sido sometido.
En psicología se entiende la resiliencia como la capacidad de crecer en la adversidad, es decir, no sólo de reponerse ante el dolor y el sufrimiento, sino la capacidad de superarlos y salir fortalecid@ de ellos.
Los primeros estudios se basaron en personas que habían vivido situaciones límite y su capacidad para tener una buena calidad de vida tras estas. “Puedo vivir como quiera aquello que no puedo cambiar” (Viktor Frankl).
La resiliencia no es algo puramente innato, sino que también hay habilidades que se aprenden y perfeccionan con el paso del tiempo a medida que se pasa por momentos difíciles y se es capaz de superar la adversidad.
La APA (Asociación Americana de Psicología) ofrece 10 consejos para fortalecer la resiliencia:
- Establezca relaciones.
- Evite ver las crisis como obstáculos insuperables.
- Acepte que el cambio es parte de la vida.
- Muévase hacia sus metas.
- Lleve a cabo acciones decisivas.
- Busque oportunidades para descubrirse a sí mismo.
- Cultive una visión positiva de sí mismo.
- Mantenga las cosas en perspectiva.
- Nunca pierda la esperanza.
- Cuide de sí mism@.
En Japón hay un arte conocido como el Kintsugi en dónde se crea belleza a partir de piezas rotas. Esta práctica consiste en reparar las fracturas de la cerámica con barniz espolvoreada con oro, es decir, no sólo se repara la pieza sino que ésta aumenta su valor. Creen que ese objeto, al haber sido dañado y tener su historia, se vuelve más fuerte y tiene mayor valor.
Esta visión es muchas veces opuesta a la que mantenemos en Occidente en donde, en muchas ocasiones, se nos impulsa a tapar o borrar cualquier arruga o surco del paso del tiempo y de la vida con cirugía. Una sociedad en donde el sufrimiento, la tristeza y el dolor se tapan con fármacos, drogas o una exaltación de la alegría, alegría en ocasiones falsa y fingida. Una sociedad que relaciona demasiadas veces la fortaleza con la no expresión de emociones como tristeza, miedo, dolor, o incluso ternura. En una sociedad que confunde en tantas ocasiones la fortaleza con la dureza, nuestro reto es potenciar nuestra capacidad de resiliencia para poder embellecer nuestras cicatrices y crecer tras y gracias a ellas.
Para ello:
- Necesitamos mirar la fractura de frente. “El rayajo no se tapa ni se borra” pues ha de ser reparado y esto no se hace si no se mira a la herida. De la misma forma que tratamos fracturas más visibles provocadas en nuestro cuerpo o enfermedades físicas, es necesario dedicarle la importancia y tiempo que merece a la curación de las heridas emocionales provocadas por dificultades y/o adversidades de nuestra vida (rechazos, decepciones, abusos, separaciones y duelos… todo ello nos daña). Es necesario ser conscientes de nuestro propio dolor y permitirnos expresar nuestras emociones cómo y ante quién queramos.
- Utilizar polvo de oro en el proceso de curación. Con el mismo mimo que curamos a un niño herido, debemos tratarnos a nosotr@s mism@s cuando nos sintamos vulnerables, sin juzgarnos ni culparnos o castigarnos. E intentando buscar apoyo en otr@s, pues “a veces no necesitamos que alguien nos arregle, solo necesitamos que alguien nos quiera mientras nos arreglamos a nosotros mismos” (Cortázar). Y siendo conscientes de que, a nivel emocional, “se enferma en la relación y es a través de ella dónde nos curamos”. (Moreno).
- Hemos de convertir en experiencia nuestro sufrimiento, dejándolo en el pasado. Lo que ocurrió fue algo que pasó, algo que nos dañó y dolió pero que en el presente ya no lo hace, ya no tiene esa capacidad de lastimarnos.
- Y por último, dotar de significado positivo a nuestras experiencias. Esto no consiste en fingir que no pasó, que no dolió o quitarle peso al dolor que sentimos, sino poder darle un significado para nosotr@s y en nuestra vida, siendo algo que nos ayudó a crecer, a ser más fuertes. “La herida es el lugar por donde te entra la luz” (Rumí). “Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12.10).
Isabel Cabrera