Hoy tengo el placer de compartir con vosotros un pedacito más de esa nueva escuela con la que sueño y que lucho por construir. Además, tengo la enorme suerte de escribir este artículo desde Irlanda, donde, desde hace más de un mes, me encuentro realizando prácticas en un cole.
Esta experiencia tan enriquecedora me ha hecho aprender, comparar, pensar y reflexionar sobre otros modelos de escuela y otros sistemas educativos que podemos rescatar e incluir a esa nueva escuela soñada que tanto necesitamos hacer realidad.
Gracias a esta experiencia hoy os quiere hablar de dos aspectos que necesitan educación pero que demasiado a menudo olvidamos: el SER y el ESTAR.
Generalmente nuestro modelo de escuela tradicional ha enseñado a HACER: a hacer letras y sonidos, para leer y escribir; número y signos, para contar y operar, etc. Sin embargo, todos estos aprendizajes, todo esto que enseñamos a HACER, tienen una dimensión casi totalmente académica y profesional, no nos sirven para esa esfera de nuestra vida que llamamos personal y que incluye nuestra forma de SER en la vida y de ESTAR con los demás.
Una escuela que realmente responda a nuestras necesidades en la vida nunca puede olvidarse de estos dos ámbitos porque son los que van a dar sentido y forma a la vida. ¿Es más importante lo que sabes hacer o cual sea tu profesión o saber enfrentarte a la vida de forma consciente y con unas herramientas que te permitan conocerte y conocer a los demás, con quienes además convives de forma amable y sana?
Sin duda alguna como persona y como maestra elijo la segunda.
Claramente es un ámbito muy complejo en el que cabe preguntarse ; algo que nunca podremos imponer a nuestros alumnos, sino que debemos impulsarles a encontrar la respuesta por ellos mismos.
Sin embargo, mi reciente experiencia me ha hecho darme cuenta de que desde edades muy tempranas (en las que me fijo mucho, pues soy maestra de Educación Infantil) podemos plantar una semilla que germinará en un SER y ESTAR propio de cada uno y que le permita relacionarse de forma positiva consigo mismo y el mundo que le rodea.
Podemos, por ejemplo, plantar la semilla del agradecimiento. Dar las gracias a quien nos ayuda nos permite SER conscientes de la mano que nos tienden los demás, y devolverles una bonita mirada sobre su ayuda.
Nos va a permitir, además, ESTAR en el mundo de forma amable y receptiva ante todo lo bueno y bonito que nos ofrece.
O de la amabilidad. Generar un pensamiento de cuidado hacia el otro, desde la empatía, nos va a permitir SER amables y ESTAR de forma amable en el mundo.
¿Pero y cómo se consigue esto?
La clase de junior infants (3º de Educación Infantil en el sistema español) me ha demostrado que todo esto no sólo es necesario, sino que es posible. La palabra GRACIAS es la más repetida en la clase: cuando piden ayuda y se les presta o cuando alguna profesora de apoyo entra en el aula permitiendo que se hagan actividades especiales. Son plenamente conscientes (porque las maestras hacen continuamente hincapié en ello y predican con el ejemplo) de que este tipo de actividades, generalmente lúdicas, que tanto disfrutan no serían posibles sin la ayuda de las maestras de apoyo.
Esta mirada ante el trabajo y el papel del otro es infinitamente bella y necesaria y, además, posible.
También se realizan debates entre todos en los que se apunta la necesidad de agradecer a quienes hacen cosas buenas por nosotros: a papá o mamá por prepararnos el desayuno, traernos al cole, etc; o de estar agradecidos por todo lo que tenemos: la posibilidad de venir al colegio de forma segura, de no pasar frío, de no pasar hambre…
Pero no sólo la clase de junior infants tiene esto en cuenta. Los niños más mayores, además, colaboran en el funcionamiento de la escuela asumiendo responsabilidades y roles. Además, nunca olvidan dar los buenos días, o ceder el paso en los pasillos.
En definitiva, la escuela es un microsistema en el que tenemos la enorme suerte de poder “practicar” cómo nos vamos a posicionar en el mundo. Es una prueba y un entrenamiento de mi SER y de mi ESTAR.
Ana Rivas.