La adolescencia es una etapa de cambios físicos, cognitivos y emocionales que supone el paso de la niñez a la edad adulta. El adolescente vive un difícil periodo de inestabilidad con intensos cambios externos e internos (endocrinos, de imagen corporal, de valores, ambientales, relacionales, etc.) que dificultan su interacción familiar y social y cuya resolución va a determinar el modo de afrontar la vida adulta.
Se trata de un proceso único de cada adolescente, así como de cada familia, y se puede dividir en diferentes periodos:
- Adolescencia temprana (12-14 años): se inician cambios corporales propios de la pubertad, lo que supone un periodo de descubrimiento, inundado por la confusión en las relaciones interpersonales en cuanto a las necesidades y deseos propios y del otro.
- Adolescencia media (15-16 años): una vez adaptado a los cambios corporales, el adolescente se ve inmerso en una de las principales tareas de este periodo, y nada menos que de su ciclo vital: la búsqueda de una identidad. La definición de un sí mismo que le permita presentarse al mundo adulto y lograr afirmación personal y social. Para alcanzar esa definición de sí mismo, el adolescente debe diferenciarse de sus padres, lo que supone un poderoso proceso de rebeldía y cuestionamiento de la relación con ellos.
- Adolescencia tardía (16-18 años): es un momento de búsqueda de intimidad en las relaciones interpersonales así como de definición de un proyecto vital personal. Se trata de un periodo en que el adolescente se vuelca mas sobre sí mismo en busca de una mayor autonomía, poniendo distancia emocional en la relación con los padres, lo que finalmente puede suponer un reencuentro y reconciliación de las relaciones padres-hijos tan “dañadas” por la rebeldía previa.
La tarea básica de este periodo evolutivo consiste en lograr, a través de un proceso de individuación y diferenciación de los padres, una identidad personal y social que permita al adolescente continuar con su desarrollo de manera saludable e iniciarse en el mundo adulto, con las competencias necesarias para afrontar las tareas que se irá encontrando: iniciar relaciones de pareja, nuevos amigos, ir a la universidad, buscar su primer trabajo, evitar situaciones de riesgo, etc. Esta diferenciación consiste en poder mostrarse como un ser diferenciado del otro, con gustos, deseos y necesidades diferentes, sin que ello suponga un riesgo para la relación. Es un proceso que debe realizarse de manera recíproca entre el adolescente y la familia. Es decir, el adolescente debe diferenciarse para ser autónomo respecto a sus padres del mismo modo que la familia debe ser autónoma respecto al hijo adolescente. De esta manera, al tratarse de un proceso reciproco de diferenciación mutua, la familia puede favorecerlo o entorpecerlo, en función de los vínculos afectivos y de los procesos evolutivos de cada uno de los miembros así como de la familia en su conjunto.
Como vemos, uno de los aspectos básicos a la hora de crear esta identidad “diferenciada” es el desarrollo de estrategias que permitan al adolescente funcionar de manera autónoma. Ser autónomo significa ser competente en el mundo social, tener capacidad para regularse, poder enfrentar los desafíos y exigencias que se vayan presentando, y poder tomar decisiones propias y responder por ellas. El proceso de toma de decisiones supone siempre un riesgo, porque implica la posibilidad de perder, pero supone también la posibilidad de crecer, madurar y avanzar en la consecución de los objetivos vitales.
¿Cómo pueden los padres ayudar en este complejo proceso? Veamos algunas claves:
- Ofrecer confianza y seguridad.
Una relación de apego seguro con los padres desde la infancia permite el desarrollo de un sentimiento de confianza de que el entorno es bueno y confiable, pudiendo así el adolescente afrontar su proceso de desarrollo con mayor seguridad. Esta confianza en sí mismo, en sus padres o figuras de apoyo y en el mundo, es lo que va a favorecer la autonomía, pues va a permitir al adolescente desarrollar sus propios procesos reflexivos y estar seguro de ellos, así como afrontar con firmeza las sucesivas tareas de desarrollo que se irá encontrando.
- Ayudar en el desarrollo de estrategias de autorregulación.
Ser autónomo en el mundo adulto también supone tener la capacidad para regularse emocional y conductualmente. Los límites externos, puestos desde las figuras parentales, ayudan al adolescente a no perderse en la confusión en la que se ve inmerso y le permiten aprender a tolerar la frustración y de esa manera ir desarrollando sus propios procesos de autorregulación. Pero tan indiscutible es la necesidad de que existan esos límites, como el fuerte cuestionamiento que se produce de los mismos durante este periodo, dado el proceso de diferenciación antes mencionado en que se encuentra el adolescente. Estos límites sólo serán aceptados y respetados por el adolescente si existe un vínculo previo que así lo permita.
- Crear y mantener una base afectiva.
Este afecto hará de sustento para poner los límites previamente mencionados, y que los hijos los acepten. La relación de autoridad desde la jerarquía y el poder puede funcionar durante la niñez, pero al llegar la adolescencia, el proceso de individuación y diferenciación del adolescente hará que cuestione la relación con sus padres, por lo que esa autoridad se verá amenazada si no existe una base emocional firme. Esto es, una relación de cariño y cuidado de los padres hacia el hijo, de tenerle en consideración y validar sus emociones y decisiones, así como sus intereses, deseos y necesidades; se trata de que el adolescente pueda desarrollar un sentimiento de pertenencia a la familia, que le permita sentirse protegido y acogido por ella. Es desde este espacio de cariño y respeto mutuo, de reconocimiento, desde donde los padres pueden tomar una posición de autoridad y que el hijo la acepte, a través del afecto que siente de ellos hacia él. Un hijo adolescente respeta a su padre porque le quiere, y le quiere si se ha sentido querido por él.
- Ir abandonando el control y otorgando progresivamente mayores niveles de responsabilidad al hijo, confiando en que cuenta con los recursos personales necesarios para enfrentar los desafíos de su edad. Se debe ir fomentando la toma de decisiones más autónoma por parte del hijo adolescente, aunque ello implique que pueda equivocarse. En este sentido, los padres deben aprender a manejar el miedo que supone dar autonomía a los hijos, pues esa es la manera en que se desarrolla la independencia tan necesaria para enfrentarnos el mundo adulto, tanto a nivel educativo y laboral como en las relaciones interpersonales.,
El nivel de autonomía alcanzado por el adolescente, es decir, el grado de diferenciación respecto a sus padres, va a influir sin duda en las relaciones interpersonales que establezca. Es decir, la relación afectiva del adolescente con sus progenitores va a determinar la manera en que se relaciona con iguales, encontrando una relación directa entre la calidad del vínculo afectivo padres-hijos y la influencia que el grupo de pares tiene sobre el adolescente. De este modo, el que un adolescente se deje influir por parte de su grupo social depende en cierto grado de una mala relación con sus padres.
Dado que uno de los objetivos de un desarrollo saludable consiste en lograr una adecuada capacidad para establecer relaciones en diferentes grupos sociales desde la autonomía, pudiendo afrontar las exigencias propias de la edad de manera eficaz, y desde la confianza en sí mismo para mostrarse independiente respecto a los amigos, se vuelve fundamental promover la autonomía de los hijos en su proceso de desarrollo, para que puedan poner límites a los otros cuando consideren necesario y de esta manera evitar situaciones de riesgo tan características de esta edad.Porque la autonomía respecto a los padres va a determinar la autonomía respecto a los pares.
Mar Martín