Hoy en Diada comparte queremos reflexionar sobre la importancia que damos a nuestros cuidados emocionales.
En líneas generales tendemos a valorar más la necesidad que tenemos de proteger y cuidar nuestro cuerpo ante las lesiones o agresiones externas que a nuestra mente o emociones.
Muchas veces ni si quiera creemos que esto sea necesario. Y es curioso porque a lo largo de nuestra vida recibimos casi más golpes a nivel emocional que físico.
Es muy habitual que nuestros niños/as sepan darse unos cuidados físicos mínimos. Desde muy pequeños sabemos que hemos de lavarnos las manos, los dientes… y que ante una caída o corte necesitamos lavar la herida para que no se infecte. Pero, ¿qué sabemos de cuidados psicólogicos? ¿Qué enseñamos a nuestros hijos/as sobre los reveses o golpes que reciben en sus relaciones? ¿Les enseñamos a cuidarse en esos momentos o ni siquiera nos permitimos a nosotros/as mismos/as protegernos ante esas situaciones?
El fracaso, el rechazo o la soledad generan lesiones emocionales. Lesiones que también pueden «infectarse» o empeorar si no las cuidamos, e incluso pueden tener una repercusión física más adelante.
La falta de atención, la vanalización que hacemos de la importancia de estas lesiones o los juicios y la culpa que a veces emitimos o recibimos ante estas heridas emocionales, nos resultarían totalmente absurdas referidas al mundo de las heridas físicas. Normalmente no se nos ocurriría culparnos por tener fiebre, o echar a correr con una pierna rota, omitiendo el dolor, pues sabemos que tras esto la pierna se pondrá peor. Sin embargo es mucho mas frecuente culpar (nos) por sentir ansiedad, tristeza, miedo o rabia ante críticas, un rechazo o una pérdida.
Hay que aceptar que estamos heridos/as para poder tratarnos y, para ello, hemos de saber que estas situaciones causan daño. Así, podremos mirar nuestra herida sin culpa y reconocer que es necesario cuidarla.
Veamos diferentes situaciones y unos mínimos cuidados emocionales que podemos aplicar a ellas.
La soledad crea una herida psicológica profunda y provoca distorsiones en nuestra percepción del mundo y de nosotras/os mismas/os. Al sentirnos solos/as sentimos que a nuestro alrededor nadie se preocupa, que somos los causantes de esa soledad y eso refuerza nuestro miedo a abrirnos y a buscar apoyo en otras personas o contextos que están más preparados para acogernos. De esta forma, la soledad queda reforzada.
Ante el rechazo o el fracaso, en muchas ocasiones tendemos a autocriticarnos. «Claro, esto pasa porque no soy suficientemente….», lo que provoca más daño en nosotros/as mismos/as y daña más nuestra autoestima, dañada ya de por sí. Esto es como si ante una fractura en la pierna nos la golpeásemos de nuevo o le diésemos un palo a otra persona para que nos pegase.
Ante estas situaciones de dolor nos ayuda:
- Ser conscientes y aceptar que una situación dolorosa provoca una herida y que, como tal, necesita cuidados.
- No culparnos por necesitar estos cuidados.
- Ni por lo que sentimos, ya sea tristeza, rabia o dolor. Tampoco ayuda el no darnos el suficiente tiempo. A veces, la tristeza que nos provoca un rechazo o una pérdida asusta demasiado y tanto nosotros como nuestro entorno queremos que pase cuanto antes. Si bien es importante no abandonarnos del todo a esta tristeza, es necesario permitirnos un rato para expresarla y si es acompañados/as, mucho mejor. El consuelo siempre se lleva mejor en buena compañía. Hay un rito polinesio en donde al sufrir, una pérdida, se entrega «el coco de la tristeza», durante el tiempo que el coco permanezca en manos de la persona herida, ésta podrá llorar y mostrar su dolor sin censura por parte del resto. Sin embargo, llegará un momento en el que este coco ha de ser lanzado al mar junto con la tristeza. Del mismo modo, es sano y necesario para poder cerrar esta herida tener un tiempo para llorar o expresar la tristeza sin juicio, ni prisas, pero habrá también un momento en el que tendremos que dirigir nuestra atención hacia delante, despedirnos de la tristeza y soltar ese dolor.
A veces también la rabia aparece ante estas situaciones y es necesario poder manejarla, permitirnos sentirla sin enjuiciarnos por ella, pero dejarla salir de forma que no dañemos ni nos dañe.
- Del mismo modo, nos ayuda estar alerta de los mensajes que nos damos a nosotros/as mismos/as y tratar de evitar los mensajes agresivos de autocrítica, en donde nos culpamos por lo ocurrido y nos focalizamos en todos nuestros defectos.
- Cambiar estos mensajes por otros de apoyo y cariño. Focalizarnos en lo positivo que tenemos y resaltarlo. Tratarnos de la misma manera que trataríamos a alguien a quién queremos depués de haber vivido una situación difícil.
- Mimarnos, arreglarnos, escoger nuestra ropa favorita, dedicar tiempo, aunque nos cueste, a realizar actividades que nos gusten, permitirnos algún capricho…
- Pasar tiempo con personas que fomenten o puedan darnos estos cuidados, en este momento.
- Cuando la herida ya esté curada podremos hacer una reflexión más profunda y racional de la situación.
Para poder cicatrizar nuestras heridas emocionales, por tanto, es necesario que podamos mirarnos con afecto y mirar a nuestras heridas sin juicio, mimándonos y confiando en nuestra fortaleza para sanar. Eso sí, si nos tratamos con cariño.
Isabel Cabrera