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Ser hermanas

SER HERMANAS

Los que me conocen saben que una de mis mayores riquezas es ese lazo de seda y mil colores que me une con mi hermana. Ella asegura que podía sentirme esperándola al otro lado de la piel de nuestra madre. Yo sólo sé que saber que existe me llena de emoción. Ella es de agua y sal, yo de aire y tierra. Ella es rubia, yo soy morena. Pero nuestra diferencia se convirtió en un complemento  gracias a la magistral compañía y guía de nuestros padres. Ellos supieron convertir la dualidad en equilibrio.

Hoy me apetece compartir cuatro, de las muchas cosas, que nuestros padres hicieron magistralmente para enseñarnos a SER HERMANAS. Ellos no eran, ni son perfectos. Pero aun siendo unos padres muy muy jóvenes, supieron optimizar el mejor regalo que nos podían dar: UNA HERMANA.

RECONOCERNOS Y VALORARNOS EN LA DIFERENCIA

Me encanta que seas Cynthia…

Me encanta que seas Erika….

Nuestros padres no nos lo decían con estas palabras, pero cada vez que tenían la oportunidad nos resaltaba eso que nos diferenciaba a la una de la otra y que era tremendamente valioso de cada una.

Mi madre nos convenció de que éramos especiales. Para ella siempre lo seremos.

Mi padre nos convenció de que éramos preciosas. Para él siempre seremos las más guapas.

Ellos nos enseñaron a valorar la fortaleza de nuestro CUERPO. Mi madre miraba con amor cada peculiaridad de nuestro físico. Donde otros veían un gran trasero, ella perfilaba con su mirada y sus palabras las curvas de una cola de sirena. Donde otros veían una gafotas, ella aseguraba que el universo estaba en mi mirada. Y así nos enseñó  a ACEPTARNOS, mirarnos BONITO entre nosotras y a los demás.

No os podéis imaginar lo importante que es entrenar la mirada de un/a niño/a para encontrar la belleza dentro y fuera  de él/ella. Aquellos que crecen en la belleza están destinados a encontrarla allá donde van.

Fomentaba y se esforzaba por crear espacio para cada uno de nuestros TALENTOS. Mi hermana amaba la música y el baile. Yo la pintura. Y ambas el voleibol. Nos acompañaban y admiraban nuestras capacidades, aunque no las compartieran. Festejaban nuestros éxitos y quitaban peso a nuestros fracasos.

Reconocía nuestros rasgos de PERSONALIDAD y reafirmaba los puntos fuertes de cada una. SABÍA QUIENES ÉRAMOS/SOMOS.

“Cynthia nos encanta tu creatividad y tu capacidad de trabajo.  Llegarás donde desees en la vida”,

“Erika eres puro ingenio y carácter, encontrarás la forma de llegar donde te propongas”.

Y dejadme que os diga. No se equivocaron.

Y también sabían QUIENES NO ÉRAMOS/SOMOS.

Ellos nunca nos recriminaron un suspenso a ninguna de las dos. Entendían que no eran nuestras áreas de interés y que encontraríamos la forma de cumplir con nuestra obligación. Nos mostraron que para llegar a hacer lo que amábamos en la vida sólo teníamos que ir resolviendo un camino “ordinario” siendo responsables y resolutivas, que nos llevaría a lo “extraordinario”: VIVIR DE NUESTRA PASIÓN. Ellos ya sabían que nadie nos suspendería cuando estuviéramos haciendo aquellos que amábamos.  Nadie puede suspenderte por ser quién eres y dar al mundo tu mejor versión.

DARNOS PROTAGONISMO E INDEPENDENCIA

“Lo que es del César, al César”.

En mi casa nunca se practicó la pena. Al máximo, la compasión y el cariño. Si una de nosotras era invitada a una fiesta, un cumple, etc. y la otra no, nuestros padres no nos protegían de esa “no invitación”. Señalaban con naturalidad que cada una tenía una vida personal y además, una compartida.

No recuerdo, si mi hermana recién nacida “me trajo un regalito” cuando llegaron del hospital. Yo sólo teníaimage003 18 meses, pero intuyo que no debió ser así. Cada una tenía sus momentos de protagonismo. Si era mi cumple, era MI cumple. Si era su comunión, era SU comunión, y así todo.

Si una había ahorrado para conseguir algo y la otra no, no completaban su dinero para adquirir el objeto deseado. Confiaban en nuestra capacidad para usar el ejemplo de la otra como motivador, no como fuente de conflicto.

Hoy parece que nos aterroriza que nuestros hijos se sientan desplazados o que sufran, o se sientan “menos que”. Desde esa creencia SOBREPROTECTORA (que tiene más que ver con los traumas de los adultos que con la vivencia de los niños )los protegemos del hecho más habitual y natural de la vida, y es que no somos el centro del universo. El niño que puede aceptar esto podrá estar dónde quiera, con quien quiera, sintiendo que lo tienen todo.

 

Gracias a estos pequeños detalles y muchos otros, nos conectaron con el don de alegrarte del bien ajeno, y desconectaron el programa de “envidia patológica” que se activa entre muchos hermanos. La envidia, es el resultado de no saber cuál es mi valor, ni cuál es mi lugar. En definitiva: no saber quién soy. Y sobre esto, nuestros padres tienen mucho que decir y hacer. Especialmente en nuestros 6 primeros años de vida.

 

MEDIAR SIN ENJUICIAR

Nunca en mi vida he estado castigada. Pero si me he peleado, me he pegado e insultado  con mi hermana.

Mis padres ponían techo a la situación cuando nuestros recursos de niñas no eran suficientes. Pero la mayor parte de las veces nos dejaban discutir confiando en que llegaríamos a encontrar alguna forma de acuerdo.  

Se pronunciaban cuando algo era injusto o excesivo, pero nos animaban siempre a solucionarlo entre nosotras, dejándonos bien claro QUE LAS COSAS DE HERMANAS LAS SOLUCIONAN LAS HERMANAS. Ellos eran del equipo padres, y nosotras del equipo hijas. Ellos tenían su código y complicidad y si nosotras queríamos tener un aliado en casa, ambos “estaban ya pillados”. Así que por descarte nos tocaba reencontrarnos.

El mejor gimnasio para aprender a equilibrarnos en la dinámica de invasores e invadidos (víctimas vs agresores) es la relación con nuestros hermanos.

La intervención que hacen los adultos en este sentido, marcará la manera  en la que manejaremos en el futuro nuestros límites personales, y la idea de valor que construimos sobre lo que “nos merecemos” y “lo que podemos o no, permitir con nosotros”.

 

CREAR UN HOGAR LLENO DE AMOR

Mis pacientes me lo escuchan cientos de veces. En los hogares donde escasea el afecto, la calidez y la intimidad emocional; los hijos sólo tienen dos opciones.

  1. Proveerse entre ellos de eso que no hay entre papá y mamá. SOBREVIVIR con lo que hay.
  2. Enzarzarse en la lucha por unas migajas de amor, presencia y honestidad. En esta opción no hay espacio para ser “hermanos/as”. LUCHAR por lo que falta.

La carencia afectiva genera esterilidad emocional. En terapia, cuando necesito explicar esta realidad a mis pacientes siempre les pongo un mismo ejemplo: “ Imagina que esto es como una fiesta. Es fácil ser generoso, disfrutar e invitar a otros, si se trata de barra o buffet libre. Pero cuando lo que tienes, es lo que llevas en el bolsillo, tendrás que administrarlo o buscar la forma de obtener más, sobre todo cuando tienes hambre o sed. En esa circunstancia puede que no seas ni tan generoso, ni tan jovial. Incluso es  posible que los otros se conviertan en una amenaza”.

Salvando las distancias con esta sencilla metáfora, algo similar sucede  en las familias donde la pareja no ha logrado crear una buena matriz de sostén, tejida con los hilos de su presencia, complicidad y amor.

Si entre la pareja de padres hay un abismo de comprensión, los hijos se cuelan en el desacuerdo.

Si entre la pareja de padres hay frío, los hijos aprenden la dureza del hielo.

Si entre la pareja de padres hay soledad (estamos juntos, pero no nos sentimos el uno al otro) los hijos aprenden el aislamiento emocional.

Cuando en un hogar, sea cual sea su estructura y el sexo o género  de sus componentes, se respira amor y respeto, los hijos saben quererse y respetarse.

¿¡Así de sencillo!?

Queridos padres y madres, no hay ninguna receta mágica, no hay un guion para la educación, pero creedme: si sois felices, si trabajáis diariamente para vivir una vida con sentido, si tenéis presencia y miráis de frente a vuestros hijos e hijas, ellos estarán inevitablemente  condenados a encontrar la felicidad.

Mis padres nos enseñaron diariamente que se querían y cómo se querían. Su complicidad, sus caricias, sus conversaciones…. esa sensación de confianza y seguridad. Esa vivencia de que JUNTOS eran más fuertes, nos nutrió a mi hermana y a mí. Se esforzaban por ser felices, por mostrarnos la grandeza y la sencillez de dos seres humanos que partiendo de la nada construyeron una familia que para ellos lo era TODO.

“Hijas mías, ser lo que queráis en la vida, sólo aseguraros de que os haga feliz. Porque nosotros nos levantamos diariamente buscando la forma de sentirnos bien y hacer el bien. Y  eso, es lo que queremos para vosotras”.

Dicen los teóricos de las relaciones interpersonales que con los hermanos aprendemos a competir, cooperar y negociar. Y yo, Cynthia Santacruz, añado… y sin duda, una forma diferente a todas las demás de AMAR.

 

Con todo mi cariño…

 

GRACIAS a mis padres… una y mil veces.

 

GRACIAS a mi compañera de vida. MI HERMANA.

 

Gracias a mis hijas porque me habéis hecho renacer a todas y cada una de las verdades de mi vida (las bellas y las no tan bellas) y ahora somos papá y yo los que tenemos la oportunidad de enseñarnos a ser hermanas.

CYNTHIA SANTACRUZ