Imaginad realizar un trabajo donde nadie te dijera cómo hacerlo. O un trabajo, donde todos te dieran rígidas instrucciones sobre cómo hacerlo. Un trabajo donde pensaras que, si no cumples esas normas, algo malo podría ocurrir. Imaginad que estáis perdidos en el desierto y tenéis que encontrar la forma de salir de allí con tan sólo vuestra experiencia (es la primera vez que estáis en un desierto). Sería un trabajo muy complicado, ¿verdad?
Hoy dedico esta entrada a todos los padres del mundo, a los míos, a los vuestros, a los que vienen a mi consulta, a los que fueron padres y luego abuelos, y a los que lo serán en un futuro.
Hoy dedico esta entrada al sentimiento de orgullo, a la plenitud y la satisfacción. Pero también a la inseguridad, al miedo, al reproche o a la culpa. Sin olvidarse de la sobreprotección o del quedarse alejado. De la evaluación sobre los actos .También se lo dedico a la imitación de modelos y, especialmente, de la posibilidad de un cambio.
Hay muchas teorías respecto a la evolución de la maternidad y la paternidad. Hace muchos años, porque uno no se planteaba qué tipo de padre se quería ser: simplemente se seguía el curso de la naturaleza. De aquí, surgieron nuevos padres, protectores y empeñados en suplir los vacíos que el efecto de la naturaleza dejó en ellos. Ahora, ya no hay vacíos (quizás todo lo contrario), pero no hay conciliación familiar, no hay tiempo, uno se agota y le cuesta pensar (y más cuando está rodeado de tanta información que le cuesta seleccionar). Siempre nos vamos a encontrar con algo que condicione nuestros actos.
Cuando unos padres acuden a consulta porque hay un problema familiar, con sus hijos, con la convivencia, es común encontrar sentimientos de culpa, de miedo o de frustración ante la idea de haber fallado. Hay padres que se desligan de este dolor pensando que son ajenos al problema. Otros padres, se implican sin dejar cabida a un espacio para buscar soluciones. Cuando se da el paso de traer una nueva vida al mundo, ahora se debe elegir el mejor método, lo más adecuado, lo más ergonómico, lo más de lo más…Todo con el mismo fin: ¡hacerlo bien!
Por eso es el trabajo más difícil, ahora hay que hacerlo siempre bien. Y, algunas guerras se producen en estos momentos: entre las parejas, entre los profesionales, entre las personas…
Os invito a reflexionar. ¿Y si antes de hacerlo todo bien, intentamos cultivar algunas herramientas? Os propongo: la paciencia, la implicación y saber perdonar-se los errores.
Deteneros un minuto. ¿Alguna vez os habéis parado a pensar que necesita vuestro bebé cuando llora?, ¿qué siente vuestro niño cuando empieza el “cole de mayores”? o ¿qué razones llevarán a vuestro adolescente a que se encierra en su cuarto?. No hablo de suposiciones, hablo de observación, hablo de “ponerse en el lugar de”.
Para sentir seguridad, uno se deja llevar por “lo que creemos adecuado” (porque lo leímos, alguien nos lo dijo, a nosotros nos funcionó…), pero puede que sea demasiado rígido e inflexible, y puede desquebrajarse. Pensad en un bambú, tan moldeable y la vez resistente, permite el movimiento y el cambio de posición.
Respirad y dejad respirar a vuestros hijos. La vida está hecha para caerse y levantarse, para aprender, para cambiar, para equivocarse. Repito, para equivocarse. Si vosotros superasteis un error, ellos también aprenderán a hacerlo.
Por eso, hoy quiero felicitar a todos aquellos padres que dan el paso de pedir ayuda, a todos aquellos padres que buscan información, pero también a aquellos padres que nunca lo hicieron o no supieron cómo hacerlo. A todos esos padres que dieron lo mejor de sí, aún llevando a sus espaldas la culpa porque algo pasó por el camino.
Os dejo la tranquilidad de saber que, si alguna vez uno se equivoca, probablemente muchas otras veces no lo haya hecho. Nunca es tarde para aprender.