El enfado tiene una función biológica y evolutiva esencial. Ninguna especie de mamíferos hubiera podido sobrevivir sin agresividad, sin una capacidad de respuesta ante las agresiones de otros. Y por el hecho de ser mamíferos, los humanos hemos necesitado nuestro enfado para ser viables como especie.
El enfado es el disgusto que generalmente sentimos por otra persona o situación como consecuencia de la realización de alguna acción o manifestación inoportuna y que nos incomoda. Se trata de una tendencia biológica que nos lleva a defendernos cuando somos atacados y a protegernos de invasores. Es una emoción que los seres humanos solemos manifestar a través de la ira, la irritabilidad, el resentimiento… Es una emoción poderosa que tiene un profundo impacto en las relaciones sociales y en la organización interna. Es común que el enfado no llegue solo, es decir, generalmente viene acompañado de una serie de efectos físicos, tales como el aumento del ritmo cardíaco, de la presión sanguínea y de los niveles de adrenalina y noradrenalina que nos preparan para atacar.
Sin embargo el enfado se le ha dado una publicidad muy mala, incluso con intenciones culturales de desecharlo de nuestra vida.
El enfado ayuda a movilizarnos antes situaciones injustas y poner barreras cuando nos sentimos atacados o invadidos. El enfado genera mucha energía. Una energía que se queda atascada cuando decidimos o estamos entrenamos en reprimirla y disimularla. El problema es que el precio de “mantenerlo a raya” puede poner en juego nuestra salud. En el ser humano la tendencia vital es a manifestar las necesidades y deseos cómo perfectamente lo hace un bebé. Cuando crecemos, podemos aprender a negar y minimizar esta emoción entrando en un estado de estrés crónico por el exceso de control. En muchas ocasiones interrumpimos esta expresión del enfado por restricciones sociales, por miedo al rechazo…El control excesivo del enfado está relacionado con manifestaciones somáticas como úlceras estomacales, hipertensión y cefaleas.
En otras ocasiones, por “culpa” del enfado nos encontramos con conflictos abiertos, disputas interpersonales y un alto sufrimiento emocional. Sí, esto también pasa, por ello, esta en nuestra mano localizar el punto de equilibrio entre expresar un enfado sano y legítimo que no dañe pero que no nos mantenga paralizados, indefensos o deprimidos. La rabia no expresada en un momento presente busca su lugar de “salida” de manera muy frecuente a través de la depresión o en forma de proceso ansioso.
Existen diferentes tipos de enfado como por ejemplo:
- Primario: un sentimiento adaptativo a la situación actual. Reaccionamos a algo que está ocurriendo ahora mismo. Es útil porque nos sirve para defendernos o alejar algo que nos daña.
- Secundario: sentimiento que se genera acerca del sentimiento primario. Es una emoción defensiva que oculta el sentimiento central. Suele aparecer cuando sentimos que no podemos hacernos cargo de nuestro sentimiento central porque colisiona con nuestra idea de nosotros mismos. Es importante atenderlo y escucharlo para acceder al sentimiento original. La emoción primaria es otra pero este enfado secundario ayuda a descargar tensión muscular y reduce los altos niveles de activación asociados a otros sentimientos como el miedo. Ejemplo: uno padres assustados que se enfadan con su hijo que cruza la calle sin mirar; cuando nos hacen una crítica o rechazo, uno se siente herido y luego enfadado.
- Instrumental: Le dejamos aparecer con el propósito de influir y obtener algo que se desea. Es un uso aprendido como forma de regular a otros para conseguir ganancias secundarias.
El enfado es una emoción intensa con importante repercusión en el plano social. Por ello conviene entrenarse en estrategias para manejar el enfado. Ya sea para expresarlo o para darle contención. Para ello el primer paso importante es “enterarte” de lo que genera tu enfado.
Cuando aparezca el enfado, establece un plan:
1) Conecta con tus sentimientos. Empieza por centrar la atención en tu enfado y pregúntate por qué. Expresa con palabras lo que te está alterando a fin de poder actuar en vez de limitarte a reaccionar. Pregúntate: ¿Por qué me he enfadado? ¿Qué estoy sintiendo y por qué?. Las respuestas deben ser claras y específicas.
2) Detente y piensa. Detente un minuto a fin de darte tiempo para controlar el enfado y para empezar a pensar en cómo podrías reaccionar pero sin reaccionar todavía. Pregúntate: ¿Qué puedo hacer? Piensa por lo menos en tres cosas.
3) Reflexiona sobre tus opciones. Piensa en las consecuencias más probables de cada una de las diferentes reacciones que se te han ocurrido. Pregúntate: ¿Cuáles serán las consecuencias más probables de cada una de esas opciones?
4) Toma una decisión. Pasa a la acción escogiendo una de las tres cosas que podrías hacer. Pregúntate: ¿Cuál es la mejor opción? Una vez hayas elegido la solución, será el momento de actuar.
5) Comprueba tus progresos. Una vez hayas actuado y todo haya pasado, dedica un rato a hacer revisar lo sucedido. Pregúntate: ¿Qué tal me ha ido? ¿Han salido las cosas como esperaba? Probablemente te sorprendas pensando,” pues no fue tan catastrófico como anticipaba” o “he podido regularme, actuar en consecuencia en vez de reaccionar”.
La conciencia nos ofrece libertad y responsabilidad.
“El exceso de control conduce a su pérdida” Giorgio Nardone.
María Sanchez