A menudo me encuentro en consulta a estupendos papás que acuden porque sus hijos tienen dificultades para aceptar los límites y las normas. Padres preocupados porque pasan mucho tiempo «peleando» con sus pequeños y estos insisten en decir «no». Niños que se muestran muy enfadados y se enrabietan. Una familia con una nube en su hogar. Son padres con estupendas cualidades, con muchas ganas de enseñar, de cuidar y disfrutar de sus hijos.
Hoy en día los límites y las normas son un tema de interés compartido cuando hablamos de infancia, crianza y educación. Los padres son conscientes de que ambos conceptos son necesarios e importantes para el crecimiento de sus hijos. Sin embargo, muchos de estos padres se encuentran con estas dificultades para el manejo de los mismos.
Primeros pasos…
Una de las cosas que hay que tener en cuenta cuando uno acude al psicólogo con su hijo para este tipo de circunstancias es que los protagonistas de la consulta serán los 3. Papá, mamá e hijo. En psicología no poseemos varitas mágicas (por suerte para todos) para transformar un niño pero ofrecemos la posibilidad de que las cosas cambien gracias al trabajo en equipo. Partimos de la idea de que los «magos“ de ese pequeño son sus padres. Ellos han invertido tiempo y cariño en crearlo, esperarlo, recibirlo al mundo y lograr que se desarrolle. Nos encontramos frente a una pareja de luchadores cuidadores que se han topado con una dificultad. Una dificultad que es compartida por más padres, que es fruto de un cambio de valores y estilos de crianza del que todos somos testigos.
Trabajar los límites no es hablar de limitaciones, sino de protección. El término de límite parece estar vinculado a autoritarismo pero es tan solo una asociación semántica. Realmente, los límites implican cariño, cuidado, preocupación, perseverancia.
Es fundamental que los padres se informen sobre qué son los límites y cuál es su finalidad. Los pequeños que no tienen límites claros, tienen poca capacidad para predecir ya que carecen de referencias y se sienten enormemente inseguros: ”¿a qué hora hay que acostarse?, ¿a la que dicen mis padres o a la que yo elija?, ¿Tengo que compartir con mi amigo?, ¿qué como hoy?, ¿Hago deberes? «Son demasiadas decisiones para tomar él solo. Los límites ofrecen un marco de referencia seguro. Ayuda a los niños a conocer lo que deben hacer o lo que no. Permite que aprendan a evitar el peligro con la guía certera y confiada que proporcionan los padres.
Las reglas del juego…
Ponerse en el lugar del niño y en su pensamiento facilita este trabajo terapéutico. El desarrollo infantil tiene como uno de sus componentes el principio de placer y evitación del daño o incomodidad. Es decir, sentirse bien. Pensemos como ellos: » si me gustan las galletitas, quiero galletitas no ese brócoli que no sabe tan bueno», «me gusta jugar y recoger es un rollo, perseveraré en conseguirlo». Los niños hacen lo que hacen porque buscan su placer, no es para fastidiar a los padres. ¿Quién es el responsable de que ellos hagan algo que no les gusta pero es bueno para ellos? Sí, los padres. Sería estupendo que los niños lo hicieran sin confrontaciones, pero ese deseo es más de los padres que de los hijos. Pretender que todo sea aceptado y lo comprendan es asumir unas expectativas irreales.
Para detectar las dificultades hay que clarificar qué entiende cada uno por las normas de su casa. Os animo a que por un lado en pareja escribáis las reglas de vuestra casa, las que son obligatorias y las que son flexibles. Por otro lado, que las escriba o escriban los peques. Puede que os sorprendáis porque las que son obligatorias no están tan claras, porque haya muchas flexibles o porque haya un exceso de obligatorias teniendo en cuenta la edad del pequeño o que vuestro hijo tenga reglas muy distintas o poco claras.
En este proceso de organización de los límites es esencial la autoevaluación por parte de los padres. Para ello, sugiero preguntarse ¿qué me pasa a mí, cómo me siento con el hecho de tener que poner límites? Puedes sentirte cómodo o incómodo. Si te sientes incómodo puedes pensar y sentir:
«No quiero enfadarme con mi hijo”
“No quiero que mi hijo se enfade conmigo”
“No quiero ser autoritario”
“Me da pena ponerle normas y que no le gusten, puede que me esté equivocando”
“Soy mala madre o mal padre por ello”
“Si le pongo límites dejará de quererme”
” Para el poco tiempo que paso con él con todo lo que trabajo no voy a estar poniéndole reglas y reglas».
Todo esto son ejemplos de pensamientos que limitan la capacidad para ser firmes y enturbian la finalidad. Estos pensamientos pueden provocar que surja el enfado con uno mismo como padres y se acabe imponiendo el límite con enfado. Situación que frecuentemente viene acompañada de culpa. Es importante identificar estas ideas preconcebidas, relativizarlas y ser compasivos con uno mismo. No hay escuela de padres.
Otro de los pilares imprescindibles es evitar las contradicciones entre los papás. Eso transmite inseguridad, falta de criterio claro. “Si uno de mis padres me deja y el otro no, en realidad ¿qué es lo que está bien?». Los niños se encuentran en un conflicto en el que tiene que decidir si sigue el principio de placer o ser desleal a uno de sus padres, algo tremendamente injusto para ellos. “Hago lo que quiero pero, el precio es que lo hago sabiendo que a uno de ellos no le gustará y eso, no puede ser bueno…o sí». Los padres no tienen por qué coincidir en las ideas de los límites pero son cuestiones que deben resolver en «la alcoba». Los hijos necesitan un punto de referencia unido y coherente.
Del dicho al hecho, hay un trecho.
Enseñar límites y transmitirlos no es una tarea sencilla como ninguna de las que entraña la paternidad pero vamos a reflexionar sobre los supuestos que lo sostienen:
– Ser coherentes: » Apliquémonos el cuento«, seamos un ejemplo a seguir. Si les pedimos que no chillen y nosotros lo hacemos, se lo ponemos difícil ya que los niños aprenden tanto por los mensajes que les llegan como por imitación.
– Creer en lo que se transmite: “Más sabe el diablo por viejo que por diablo”. Cuando establecemos límites, transmitimos enseñanzas. Transmitimos nuestro conocimiento. Uno sabe que hay que ducharse, que existen horarios, que los deberes importan. Creamos en que nuestro conocimiento de adultos es rea, sensato y aferrémonos a ello.
– Ser firmes, empáticos: “Ponte en mis zapatos y entenderás mis pataletas”. Ceder puede implicar una dificultad para entender a los pequeños. Esperamos que no les moleste irse a la ducha, cedemos para que vayan más tarde y no se enfaden pero, ¿acaso no es más divertido jugar que ducharse y por ello se resisten? Entendámoslos, respetemos su molestia, acompañémosles y mantengámonos firmes porque lo que se les propone es importante.
– Ajustar expectativas: “Recordemos que son aprendices«. No podemos esperar que haga la cama perfecta, que no se caiga un vaso al recoger la mesa o que quede un juguete sin guardar.
– Permitidles vivir el error: “Sumando victorias”. La mancha en el pantalón al caerse en el parque, el chorretón de helado en la camiseta…Si no experimentan estas cosas no aprenderán a calcular cuando relamer ese helado con auténtica eficacia.
– No limitadles con nuestros miedos: “Creamos en ellos”. Las dificultades y los miedos se enfrentan. Los niños tienen muchas capacidades, permitamos que crezcan y se desarrollen con nuestra mirada, con nuestra mano, con nuestro apoyo y con la confianza de que podrán. ¿Quién dice que no?
– Hacer es distinto a ser: “No soy un niño malo, tan sólo me equivoco”. Los niños no son malos, experimentan, prueban, exploran, luchan por sus derechos con rabietas. Por ello es importante el mensaje que les transmitamos. Si se identifican con ser un “niño malo”, cabe la posibilidad de que pierdan la esperanza en hacer las cosas mejor, intentarlo porque su pensamiento es concreto.
– Posibilidad de rectificar: “Aprendiendo a reparar”. Cuando sea posible permitámosles que rectifiquen, que reparen lo roto para aprender una nueva manera de hacer las cosas.
– Avisar: “El que avisa no es traidor”: Avisar una norma es importante ya que así ellos pueden asumir su responsabilidad. Conocer el límite no es algo que se hayan inventado los papas, ellos escogen respetar o luchar.
Para terminar
Una madre iba con su hijo a cruzar un río, la madre le dijo:
-Hijo, coge mi mano
El hijo respondió:
– No mamá, coge tú mi mano
La madre dijo:
– Hijo, ¿Cuál es la diferencia?
El hijo le contestó:
-Si algo pasa cuando crucemos, quizás yo suelte tu mano, pero si tú coges la mía, estoy seguro que pase lo que pase, no me soltarás.
El límite no limita, permite crecer. El límite contiene, protege y cuida.
María Sánchez