Todas y todos nosotros, nacemos con un recorrido en el cuerpo. Ya desde que nos encontramos en el vientre de nuestra madre, la forma en la que ella se ha podido mover al comienzo de nuestra vida, podrá ser condicionante para futuros desarrollos.
Ya ha empezado a tener huella en nuestro cerebro su movimiento. De ahí la importancia del cuidado de la mujer durante su embarazo. Y esto hablando del cuerpo y del desarrollo de nuestro sistema nervioso.
Pero lo cierto, es que ya fuimos pensados (o no) previamente, y eso también traza nuestro recorrido vital. Hay veces, que la madre requiere reposo. Y está bien conocer el efecto que esto tiene sobre el sistema vestibular del niño, para poder ofrecer posteriormente más oportunidades de movimiento para su desarrollo.
Nada nos condiciona para siempre. Casi todo (o todo) somos capaces de transformarlo.
El sistema vestibular, el cual guarda relación con el equilibrio interno del niño, poco a poco le irá dotando de autonomía e independencia. No solo en lo físico, sino también en lo emocional. Todo está incluido en un perfecto e inteligente tramado del cuerpo y de la mente.
Es curioso observar desde fuera, como cuando los pequeños inician sus primeros pasos, al comienzo de la bipedestación, si su gravedad no se encuentra en el centro de ellos, muestran miedo a caerse. Este logro requiere su tiempo. Tiempo en el suelo desde su nacimiento, que les permita moverse libremente, ir venciendo a la gravedad, y dejando que la sabiduría de sus cuerpos haga el resto del trabajo.
Este miedo a caerse, no sólo es miedo físicamente, sino que también tenemos que poder observar la huella emocional que esto provoca. A veces como adultos, desde nuestro propio miedo a caernos, les ofrecemos un apoyo que les desequilibra y comienza a enviar mensajes a su inconsciente. Cada vez es más reconocido, que sin riesgo no hay aprendizaje.
Pero de nuevo, encontrar “el equilibrio” entre la sobreprotección y la desprotección, es un reto para los padres. Es sencillo mandar un mensaje de confianza en la vida, cuando no es tu propio hijo el que se encuentra frente a la situación de experimentación. Pero también tenemos que aprender a desarrollarla, para ofrecerles su máximo desarrollo.
A medida que sus cuerpos van adquiriendo y consolidando este sentido del equilibrio, la evolución del niño va por si misma construyendo y andamiando otros aprendizajes sobre el mismo. ¿Qué ocurre si no experimentamos esta seguridad en nuestro cuerpo?: que nuestro sistema nervioso estará más ocupado en alcanzar esta armonía, que de explorar y descubrir nuevas realidades. De ahí, que muchos niños con un reflejo tónico-laberíntico mal integrado, con un equilibrio pobre en sus movimientos, tengan dificultades académicas al no poder incorporar aprendizajes cada vez más complejos.
Siguiendo el desarrollo del cerebro desde un plano ontogenético, atendemos primero al cuerpo, luego a las emociones, y más adelante a lo intelectual. En la medida en la que el control físico se va produciendo, los niños se van pudiendo enfrentar de una manera (más o menos) equilibrada a sus circunstancias vitales. Poco a poco, van balanceándose y reajustándose, encontrando respuestas cada vez más reguladas en la medida en la que su cerebro se va desarrollando.
¿Qué podemos hacer para ayudarles a desarrollar este “sentido del equilibrio” en la vida? Ofrecerles oportunidades para moverse libremente, experimentar bajo nuestra mirada, y adquirir poco a poco el sentido de su vida. Ayudarles a no ser desleales a sí mismos, y pudiendo hacer que decidan desde su centro, desde su SER. Es nuestra responsabilidad educar a niñas y niños conscientes y sanos,que vayan tomando decisiones para construir en un mundo tendente al desequilibrio.
Ya Aristóteles nos recordaba que “en el equilibrio está la virtud”, y lo importante que es cultivar el punto medio en nuestros pensamientos, decisiones y acciones. De generación en generación, el cultivo de esta virtud ha provocado el mayor de los crecimientos, o la mayor parte de las catástrofes emocionales. Es la emoción la que nos hace repetir, o trascender. Pero para ello hay que tomar conciencia de lo que pasó, y de lo que queremos que pase.
Tomar decisiones equilibradas que nos permitan estar en calma en nuestra vida.
Después de reflexionar sobre todo esto, ¿cultivamos nuestro sentido del equilibrio? Bien merece dedicarle un tiempo, tanto física como emocionalmente. Hacer que el todo o nada no gobierne nuestras vidas. El balanceo hasta lograr nuestra estabilidad, las experiencias como aprendizaje, deberían ser claves y obligadas en nuestro crecimiento. Tengamos la edad que tengamos. Tenemos que permitirnos y permitirles, por tanto, descubrirse y descubrirnos a través de las mismas.
Me gustaría dedicarle esta reflexión a mi sobrina. Gracias, pequeña, por inspirarme y alegrarme el corazón. Con, y sin mirarte.